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Un hombre extraordinario

Actualizado: 15 may 2020

El alma de Jesús está muy triste hasta el punto de la muerte e invita a sus amigos a orar a un lugar, pero el panorama es apenas desolador: el cielo está cerrado, el agua cae de forma inclemente y, con ella, se desvanece toda esperanza de un rescate heroico. Imagino su cara pálida y su corazón latiendo como si quisiera salir de su pecho. Lo imagino queriendo aprovechar una última oportunidad, esperanzado en los discípulos, sus amigos, esos mismos que prometieron acompañarlo con oración en medio de su sufrimiento, pero que minutos más tarde perderían de vista su propósito y caerían en un profundo sueño. Lo imagino con muchos kilos menos, así como tendría que estar una persona a punto de enfrentar el más profundo sufrimiento. Veo a un Jesús que ha pasado multitud de noches en vela, y con miles de preguntas martillando su mente. En el momento de más angustia de su vida, Él decide ir a un lugar apartado y sombrío a encontrarse con su padre, es la única forma de liberar la profunda tristeza que aquejaba su alma; su vida poco a poco se le va.

Allí está Él, postrado en el huerto de Getsemaní (que significa "'prensa de aceite") como lo hace un alma que ruega auxilio. Él no conocía otra forma de desahogar su profunda tristeza que postrándose y poniendo su frente contra el suelo, una escena tétrica que retrata la desgracia de un corazón desgarrado por la injusticia que le afrenta y por la aparente lejanía de la única fuente capaz de acabar con este sufrimiento: su Padre amado. Y, después de todo esto, ¿qué fue lo primero que se le ocurrió gritar a viva voz? “¡Padre!”. Parece impresionante que, ante este cuadro de penumbra y desgracia, su dolor no le impidiera clamar misericordia al cielo; aunque esto parezca espectacular, ¿acaso no dice la Biblia que seamos como niños?, ¿acaso no comprendemos que en quién más confía un niño es justamente en Su Padre? Aquí Jesús nos da una enseñanza cuyas profundidades son extremadamente inexplorables. Su expresión, ese grito desde lo más profundo de sus entrañas, pareciera significar: "no confío en nadie más que en ti", "solo tú puedes ayudarme", "escucha mi clamor y defiéndeme". La revelación del hijo de Dios estaba siendo puesta a prueba en ese momento. Pero luego ¿no pasa lo mismo con nosotros cuando somos llevados a la prensa de aceite?

En esta escena veo a un Jesús que pone su obediencia por encima de su dolor, de lo contrario, ¿por qué osaría decir "no se haga lo que yo quiera sino Tu voluntad"? En ese lugar, Getsemaní, las olivas eran sometidas a tres prensados diferentes: primero contra ellas mismas, segundo por mano humana y tercero con una roca de unos 130kg. Este prensado se realizaba hasta que el aceite era extraído, para, posteriormente, ser usado en las ceremonias de unción a reyes y sacerdotes, proveer alimentación al pueblo e iluminar las lámparas de la ciudad*; ¿no nos dice esto algo acerca de lo que estaba pasando con Jesús?, su humanidad estaba siendo cruelmente presionada hasta lograr extraer el aceite más exquisito que de cualquier cristiano pudiera extraerse: la obediencia, y fue esa misma obediencia la llave que le abrió la puerta a la exaltación; Dios le dio un nombre por encima de reyes y sacerdotes, y fue así mismo catalogado como el Pan de vida y la luz del mundo. ¡Qué pesada roca lo presionaba en ese momento, era el pecado de toda la humanidad el que reposaba sobre todo su ser! y todo esto sucedía mientras Satanás le murmuraba algunas mentiras a su oído como la falta de propósito de tan magno sacrificio, la ausencia de alivio por parte de un supuesto Padre que lo había abandonado, y la incapacidad de Jesús para liberar a la humanidad del pecado.

Yo veo a un Jesús que lidiaba con la dualidad de entregarse o desobedecer (una disyuntiva apenas normal si apelamos a su carácter humano), pero que a todas luces puso por encima de su dolor y un deseo incalculable de agradar al Padre. Veo a un Jesús que ganó una batalla cruel y despiadada en el Getsemaní, una batalla que sigue vigente 2000 años después y que es visible en la vida de algunos cristianos que pasan sus vidas huyendo al dolor porque el cincel de la obediencia duele. Veo a un Jesús que se entregó completamente, hasta la última gota de aceite. Veo a un Jesús que en el Getsemaní aprendió a callar y que fue a la cruz porque comprendía que su obediencia traería consigo el aceite expiatorio que salvaría a la humanidad. Veo en Jesús, a un hombre que sintió y experimentó un dolor jamás registrado en los anales de la historia. Veo a un Jesús que fue al Getsemaní a renunciar a sus derechos, y a la cruz a cumplir Su Santo propósito. Fue a prepararse a Getsemaní para no murmurar, para no preguntar; fue allí, y se rindió completamente a la voluntad del Padre, algo que Él nos reclama hacer diariamente, incluso cuando el dolor es nuestro único compañero de vida.


Isabel Cristina Ocampo Quiceno

Andrés Felipe Ocampo Quiceno


*Extraído del libro "Amar es para valientes" Itiel Arroyo




 
 
 

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