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Tu fe: tu mayor tesoro

Actualizado: 7 abr 2020


El virus ha doblegado a sus pies a grandes poderes de este mundo como el poder político, el poder económico y la ciencia. Vemos cómo día a día se buscan formas de mitigar la enfermedad; sin embargo, ante nuestros ojos y sin clemencia alguna, se pasean grandes cifras de personas contagiadas y que han perecido a causa de este virus. El panorama es desolador: nadie puede hacer nada por nosotros y la esperanza poco a poco se pierde. Como humanidad hemos puesto nuestra esperanza en el trabajo que tenemos, pero en estos momentos no sabemos si el otro mes seguirá estando allí. También hemos puesto la esperanza en la ciencia y sus avances, pero en estos momentos no hay una vacuna que pueda pelear en contra del virus. Hemos puesto nuestra esperanza en los gobiernos, pero vemos que esta situación los ha tomado por sorpresa, en consecuencia, las medidas que han tomado parecen estar un paso atrás del avance del virus. Sumado a esto, pésimas decisiones en materia de política pública han provocado el inminente colapso del sistema de salud de varios países; producto de ello, no se puede garantizar a las personas el acceso a total a los servicios del sistema de salud, ni siquiera a las que han sido contagiadas.

Este panorama nos ha llevado a conocer una verdad importante y dolorosa: no existe nada en lo que fiarnos, como humanidad estamos en medio de un gran océano que nos recuerda abierta y continuamente la posibilidad de morir ahogados. ¿Qué debemos hacer entonces en este momento, cuando no existe una orilla a la vista, y menos aún, un ancla firme para sostenernos?, me hice esta pregunta por unos días y después de un largo periodo de meditación llegué a una inevitable conclusión: nuestra fe es nuestro mayor tesoro y nuestra mejor ancla, la única que nos puede sostener. En la Biblia encontramos un sinnúmero de promesas de Dios referentes al cuidado que Él tiene de nosotros (Salmo 91, Salmo 32:7, Salmo 16:1 son solo algunas, te invito a que las mires). Entre todas ellas, destaca esta poderosa promesa contenida en el libro de Hebreos 6:18-19:



"Ahora bien, como Dios no miente, su promesa y su juramento no pueden cambiar. Esto nos consuela, porque nosotros queremos que Dios nos proteja, y confiamos en que él nos dará lo prometido. Esta confianza nos da plena seguridad; es como el ancla de un barco, que lo mantiene firme (mantiene firme a nuestra alma, según otra versión) y quieto en el mismo lugar. Y esta confianza nos la da Jesucristo, que traspasó la cortina del templo de Dios en el cielo, y entró al lugar más sagrado."



¡Wow, qué gran promesa!, este pasaje nos dice que lo que Dios habla, trae esperanza a nuestras almas, el lugar de donde provienen las emociones. Si hacemos de las promesas de Dios nuestra ancla, nuestra alma encontrará en ellas un puerto seguro, y cuando la angustia y el temor intenten entrar, podremos encontrar paz en la oración y en la Biblia. Estamos en tiempos difíciles y como seres humanos cualquier recurso que nos traiga paz será bienvenido, pero lo que dice Dios es lo único que permanece para siempre, las demás fuentes de paz son finitas. Si intentamos tener paz por nuestros propios medios, ¿cómo lo habremos de lograr si nuestras emociones son cambiantes?; si nos refugiamos en el ejercicio, ¿qué pasará con nosotros cuando pase el efecto de las endorfinas (sustancia que genera bienestar y se libera cuando nos ejercitamos) ?; si, en cambio, buscamos felicidad en la comida, ¿acaso no será también esta una felicidad momentánea que en cualquier momento volverá a dar paso a la ansiedad?; por último, si buscamos la paz en un humano ¿qué ayuda tendría para brindarme un ser igual de limitado que yo?. Todas estas cosas pueden ser recursos importantes, pero la invitación que te hago es a que Dios, la oración y Su Palabra, sean los recursos primarios en tu vida, pues estos son, en todo momento, recursos inagotables.


Haz de tu fe tu mayor tesoro.




Isabel Cristina Ocampo Quiceno

instagram @loque.aprendi






 
 
 

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