En el principio la tierra estaba desordenada y vacía, pero Dios se seguía moviendo soberanamente por encima del caos y del silencio. De un momento a otro, se escuchó una voz del cielo que –retumbando como trompeta e incitando creatividad para dar origen a algo nuevo– dijo: “¡Hágase la luz!”, y la luz se hizo. No hubo nada que detuviera su decisión de crear. Como un designio divino seguido a la luz, vinieron otras nuevas creaciones que poco a poco iban embelleciendo aquel espacio. Dios continuaba dando destellos de creatividad, y empezó a pintar un lienzo que fue dando vida a las formas animales y vegetales, las cuales engalanaban aquel espacio que ya no estaba vacío ni desordenado.
Sin embargo, había algo que faltaba, Dios no estaba completamente satisfecho con lo que hasta ahora había creado, faltaba algo que diera un toque especial. Dios seguía creando, y como Él es de ideas ilimitadas, decidió tomar el polvo de la tierra para moldear al hombre con sus manos de artesano. ¡Y por fin había alguien semejante a Él!, pero, aunque era maravillosa la obra recién tallada por sus manos, algo seguía faltando. En este momento, a Dios se le ocurrió provocar en el hombre un sueño profundo, y esto, en lo absoluto, fue accidental, pues cumplía un propósito, como todo lo dictaminado por nuestro Creador. Las obras más maravillosas se hacen en lo secreto, en el silencio; las grandes obras de teatro nacen en escenarios oscuros sin público, mientras que, los cuadros más caros y valiosos, probablemente, se pintan en cuartos desolados, sin la presencia de un crítico que sugiera alguna corrección. La intención de Dios con su siguiente creación era plasmar algo bellísimo, nunca antes visto; pero, para lograrlo, debía estar en un ambiente completamente silencioso, y en el que no habitara voz crítica cualquiera, que le estuviese señalando de forma recurrente las condiciones bajo las cuales aquella creación debería ser construida.
Si Dios siendo el Creador por excelencia decidió dejar para el final su mejor marca, su sello, su corona y su mejor actuación, parecía obvio que querría privacidad, le disgustaba el hecho de que Adán interrumpiera sus pinceladas, o que opinara acerca de dónde poner una cosa o la otra. Era necesario que entre el Creador y esta hermosa creación final hubiese una conexión íntima. Era necesario que el Creador tallara con delicadeza y esmero cada parte de su hermoso cuerpo. Era necesario que Él le hablara al oído mientras la creaba, para decirle lo maravillosa, lo sutil, lo fuerte y lo frágil que, en ocasiones, podría llegar a ser. Probablemente delineó su lagrimal con la sutileza propia de un artesano, dándole a éste la importancia y el lugar que merecía, para que a nadie nunca le permitiera decirle “eres débil porque lloras”, pues precisamente en el llanto iba a estar la fuerza de su corazón.
Mientras Él tallaba, le decía que no se preocupara, que Él sería su caballero, su guardián, su protector, su amigo, su confidente, su todo, que Él sería su respaldo y quien la coronaría de sueños y alabanza. Ella tendría en su vientre el poder de dar vida y ese poder lo tendría solo ella, y su cuerpo como toda obra hecha por un gran maestro, tendría un valor que nadie podría pagar. Y de un pincelazo nació ella, la mujer, maravilloso ser creado con esmero, con sutileza, guardiana y dueña de una hermosura sin precedentes en toda la creación. Ella era el sello, la corona, la cereza del pastel, la imagen hembra de Dios sobre la tierra. El silencio de Adán mientras la mujer era creada debe suponer una verdad: no sería él quien determinaría su identidad, sería Su Creador quien tendría la última palabra sobre ella.
Así como el hombre recién creado es una imagen de Dios (sea lo que sea que signifique ser la imagen de Dios), ella lo reflejaba como una mujer. Ambos eran de materiales diferentes, él era del polvo, significando rudeza y fuerza, y ella de carne, manifestando su fragilidad, pero también su poderío. Dios creó a la mujer en todo su esplendor, se maravilló al verla y después de ese día, Él continúa maravillándose al verte; silenció a Adán mientras te creaba porque tu significado y tu razón recae sobre lo que el mismo Dios ha dicho que tú eres:
"Mujer ejemplar ¿Quién la hallará? ¡Vale más que las piedras preciosas!" Proverbios 31:10
Isabel Cristina Ocampo Quiceno
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