“Ensancha” fue la palabra que escuché en mi corazón un día mientras oraba, llamó tanto mi atención que tuve que ir a las Escrituras a buscar qué decía la Biblia con respecto a ella y fue inevitable encontrarme con Isaías 54:2:
“Ensancha el espacio de tu carpa, y despliega las cortinas de tu morada. ¡No te limites! Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas”
El capítulo 54 de Isaías hace parte de aquella sección del Libro que ofrece esperanza a un pueblo que había sido invadido y esclavizado por los Babilonios. Imagino que esta profecía fue difícil de recibir para los israelitas porque cuando se está en cautiverio cuesta comprender que hay un futuro esperanzador, ya que las circunstancias muestran todo lo contrario. La palabra “ensancha” quedó en mi cabeza por varias semanas y empecé a preguntarle a Dios a qué se refería con eso, y si había una razón importante para que esta no hubiera salido de mi mente.
Empecé a estudiar la historia del pueblo de Israel cuando habían salido de Egipto pasando por el desierto hacia la tierra prometida, después de que Dios con portentos y una inmensa gloria, los liberara de manos de sus verdugos; poco tiempo faltaba para vivir en carne propia que la palabra “ensancha” y la palabra “desierto” estaban estrechamente ligadas. Cuando tenemos una vida lejos de Dios vivimos en una total esclavitud, somos presa del pecado y de los patrones mal aprendidos de nuestro entorno; no nos damos cuenta, pero nuestra mente, sentimientos y acciones están viciados por el pasado, nos cuesta tener paciencia, nuestra mente está entenebrecida. Como hijos de Dios tenemos sueños, una casa, una pareja, un ascenso, un carro, entre otros, y anhelamos que Dios lo haga realidad, mientras armamos en nuestra cabeza el plan de cómo Dios lo hará. Lo cierto es que los caminos de Dios están lejos de ser similares a los nuestros y generalmente antes de promovernos, Dios primero nos prepara para ser sabios administradores de aquella bendición que le estamos pidiendo, porque para Dios es más importante el estado de nuestro corazón que la bendición que le pedimos; en un abrir y cerrar de ojos, el Señor puede cumplir esas peticiones, pero muchas veces no lo hace porque a través de la espera prepara nuestro carácter para que la bendición no nos haga daño y no le demos el lugar de un ídolo.
Este trato generalmente es difícil y sucede en lo que llamamos un desierto, un lugar sofocante en el día y helado en las noches, donde el agua escasea y también la compañía, porque al desierto vamos solos. En el desierto aprendemos a depender de Dios y a no ser circunstanciales, es decir, aprendemos a depender de las promesas de Dios y no de las circunstancias difíciles que nos rodean; además comprendemos que su provisión es diaria, que debemos vivir un día a la vez y que, así como Dios proveyó maná en el desierto a los israelitas diariamente con la orden de que no podían guardar para el otro día porque se pudría, nosotros diariamente también tendremos nuestra porción. Cuando Dios sacó a Israel de Egipto, lo hizo en respuesta a su clamor (Éxodo 3:7), y los llevó por el desierto, y nos lleva a nosotros por la misma razón, como respuesta a una petición que le hemos hecho. Pero ¿Por qué razón Dios los llevó por el desierto pudiendo llevarlos por un terreno más ligero? La razón la encontramos en Deuteronomio 8:2:
“Los llevé por el desierto para saber lo que había en su corazón y saber si guardaban mis mandamientos”
Dios llevó a los israelitas por el desierto para probar su carácter, para darles el maravilloso regalo de la madurez espiritual y para prepararlos para pelear por lo que venía más adelante, Él ya les había prometido una tierra donde fluía la leche y la miel pero antes de llegar a ese lugar, Dios debía sacar a Egipto de sus corazones, en otras palabras, debía liberar el corazón esclavo de los israelitas, ya que ellos se habían acostumbrado a la escasez, a la miseria y a recoger las sobras. Dios debía preparar sus corazones para la abundancia que se encontrarían en la tierra prometida, y aunque parezca extraño, esto se lograría por medio de la dependencia y confianza absoluta en Dios por parte del pueblo.
Ensanchar significa dilatar, aumentar, ampliar; aunque no lo creamos, es en el desierto donde más crecemos porque sin duda es la etapa donde aprendemos a confiar en Dios ciegamente, ya que el ser humano no usa la fe sino hasta que es el único recurso que tiene. En el desierto es donde nuestras habilidades y valentía se ponen a prueba, donde nuestra mentalidad cambia y donde decidimos abandonar ciertas costumbres que en el pasado nos hicieron daño, aprendemos a ser más cautos, más prudentes y es donde nuestro corazón está más sensible a la voz de Dios, en otras palabras, en el desierto no tenemos otra opción diferente a confiar en Dios y en sus promesas. ¿Ahora comprendes que tiene que ver la palabra “ensancha” con el desierto?
Finalmente, la generación adulta que salió de Egipto no pudo entrar en la tierra prometida, solo lo hicieron Caleb, Josué y los niños, y la razón es muy simple: la generación adulta no logró superar la esclavitud, y la murmuración estaba en sus bocas todo el tiempo. Dios permitió que 12 personas espiaran la tierra prometida y solo Josué y Caleb dieron un parte esperanzador, el resto se fijaron en los gigantes que la habitaban y se aterraron tanto que se atemorizaron, contrario a Josué y Caleb que, aunque vieron los gigantes no se amedrentaron, sino que confiaron en que el Señor estaría con ellos “Subamos a conquistar esa tierra, estoy seguro de que podemos hacerlo; si el Señor se agrada de nosotros, nos hará entrar a ella” (Números 13:30; 14:8). Cuando vas a poseer la tierra, Dios no te dice que no habrá gigantes, pero sí te dará su palabra de que estará contigo para conquistarla.
¿Cuál es tu actitud en el desierto? Cuando conoces el propósito del desierto y reconoces que dependes de Dios y que esa situación hace parte de un bello e intrincado plan de Dios, será más fácil atravesar el valle de sombras y de muerte. Es hora de sacar de tus labios la murmuración, la queja, la duda, aprovecha el desierto para conocer a tu Amado, para depender de Él, prepara tus ojos con expectativa para los portentos que hará por ti mientras estés en el desierto, recuerda que el oro se purifica con el fuego y tu fe es más valiosa que el oro. El Señor te está preparando, está ensanchando tu territorio, está cambiando tu manera de pensar, y aunque no lo veas te está dando el carácter que necesitas para ser buen mayordomo de la bendición que te espera. ¿Cómo será esto? No lo sé, pero como le dijo Jesús a Nicodemo “Las cosas del Espíritu son como el viento, no sabes de dónde viene ni a dónde va” Juan 3:8. Sigue adelante con la fe firme y los ojos en el cielo.
Isabel Cristina Ocampo Quiceno

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